Introducción—¡Corre, Esteban!, vienen por nosotros—. No podía creerlo, estabamos a punto de ser atrapados. Mi corazón latía más rápido de lo que podía correr. Mi compañero estaba exhausto. No podía correr más rápido porque padecía de asma.
—¡Pásame todo lo que tienes... billetera, zapatillas y ... esa correa que traes puesta!—gritó el muy imbécil.
—No quiero que griten, ¿escucharon los wuachos culiaos?
No me importaba lo que decía, así que lo escupí con todas mis fuerza. Cuando sintió que el escupo se deslizaba por su mejilla, me pateó el rostro sin compasión.
Capítulo uno—¡Despierta conchetumare!— gritaba el despertador del celular. Había olvidado que Esteban había grabado su voz para que sonara cada vez que pusiera la alarma.
Abro las cortinas y me encuentro con la sorpresa de que había un sol estupendo, pues habían pasado dos semanas de intensas lluvias.
Mientras caminaba por el largo pasillo de la casa, me encontré con mi nana
—Buenos días Juan Carlos, ¿quiere que le lleve el desayuno a la habitación?— me preguntó con una voz casi maternal.
— No, muchas gracias, señora Rosita—le respondí con esa amabilidad que me caracteriza.
Estoy un poco apresurado, así que voy directo a la ducha.
— Si necesita algo, no dude en pedirmelo—dijo la empleada de la casa.
El agua estaba un poco helada. Según decía la pantalla de la bañera, la temperatura era de 28ºC. Me sequé y me vestí lo más rápido que pude, pues tenía un prueba de un ramo que se llama
Cultura de los pueblos indígenas del Amazonas— una mierda de ramo—.
—Buenos días Sr. Juan Carlos. Aquí tiene las llaves de su vehículo. Que tenga buen día— dijo el sirviente con voz de Robocop.
WELCOME MR. JUAN CARLOS VINCHENZO
Choose a song from the list, and press ENTERMe encanta esta radio. No puedo dejar de escuchar este disco en las mañanas, así que elegí
Sweet Child of Mine de los Guns. Si me preguntas por qué elijo esta canción cada vez que subo al auto, diría que es un estabilizador anímico. Si te levantas con el pie izquierdo, la canción modifica alguna hormona o alguna wea dentro del cuerpo.
La rutina es la siguiente: conduzco todos los días por Balmaceda, doblo en Cuatro Esquinas, paso a buscar al Esteban, el hijo del maricón del alcalde, y depués a la Ángela, una weona que estudió conmigo en el colegio. Parezco el chofer del furgón amarillo, pero sólo lo hago porque estos weones pagan la bencina. Todos los días le echamos veinte lucas para alacanzar a dar una vuelta a la Cruz del Tercer Milienio. Tal véz creerán que somo religiosos, pero se equivocan. Es que ahí venden de la buena. Nos fumamos unos pitos y nos vamos relajados a la Universidad del Mar.
— Buena, culiao— dijo Esteban con la sutileza que lo caracteriza—, ¿cómo estay?
— Bien, weón.
— Ángela me llamó y me dijo que no iba a poder ir a la U porque se sentía mal.
— ¿Qué chucha le pasará a esa weona?, hace días que anda rara, con vómitos y weas extrañas.
— Ni idea que le pasará—le dije con preocupacíón.
Capitulo ceroCaluroso atardecer junto a mi familia y a Ángela, una amiga de la infancia.
—¿Dónde están mis lentes?
— Deben de estar en la Cherokee. ¿Quieres que los traiga?
— Te lo agradecería, el sol me está dañando los ojos.
— Está bien. No te preocupes.
La Cherokee estaba a la misma mierda. A todos lo weones se les ocurrió estacionar sus cagadas de BMW y esos AUDI que parecen juguetes de plástico.
El auto de mi viejo es una Cherokee antigua, pero para el tiempo luce súper bien. Me gusta porque es la media wea.
La mayoría de las veces soy medio despistado. De hecho, Esteban siempre me wevea porque que tengo cara de pajero, pero el único pajero es ese weón, ya que no lo he visto con una mina desde hace más de un año.
Cuando estaba sólo a unos metros, pude ver a Ángela de una manera distinta de la habitual. Se veía diferente, se veía lindísima, se veía rica la weona.
— Estaba pensando en que este lugar es la raja—me decía mientras se sacaba los pantalones, luciendo su bikini amarillo.
—Sí, es la raja. A mi viejo le encanta venir a Puerto Velero. Se junta con el Ripley y un weón que es abogado. Cuál de los dos es más bueno pal gueveo.
— Gracias por invitarme— dijo cálidamente.
— No hay por qué pues— le dije con una voz de caliente que no me la podía.
—Tengo algo para ti— dijo con ansiedad. Recogió los pantalones que se acaba de sacar y me regaló su cinturón.
—Toma mi cinturón, es mi favorito.
—Muchas gracias—le dije con alegría.
Mis viejos se han ido. Fueron a cenar al restorán Tronco Viejo que queda a 3 Km de Puerto Velero, así que nos quedamos con Ángela conversando de la vida como en aquellas películas cebollentas donde permanecen junto a la chimenea. Nos dió el bajón y decidimos preparanos algo de comer.
Como han de imaginar, nunca en mi vida he freído un huevo ni menos cocinado un plato de fideos, así que Ángela preparó unos fideos con salsa, los cuales le quedaron esquisitos.
Después de tan memorable cena de fideos con salsa, nos volvimos a sentar en el sillón a escuchar música.
— ¿Te gusta Soda Estéreo?
— Me encantan. Amo al Ceratti.
—Qué bien porque se viene Corazón Delator, pista número cinco del Doble Vida.
—La raja.
—¿Te puedo decir algo sin que te enojes?—le pregunté con sutileza.
—¿Y qué podría enojarme estando en un lugar como este... donde hay una chimenea que parece irreal, una pecera con pececitos rojos, alfombras de todos los tipos que pueden haber, una mesa de roble tallada con letras chinas, porfavor...—dijo con asombro.
—En realidad lo que hace especial este lugar eres tú.
El muy weón no podía ser más cliché. Esa frase la escuché en La Tormenta en la repetición del sabado por la tarde.
—Qué eres payaso—dijo con esa sonrisa que nadie más tiene en el resto del mundo.
Sin previo aviso la besé.
Sentí que la música sonaba cada vez más lento y que ambos no eramos nosotros, sino unos desconocidos que sin preguntar sus nombres en la primera cita se amaban sin ataduras y se desvanecían... se desvanecían durante la calidez de la noche.
Capitulo 2Sentía que algo estaba pasando, así que pesqué el telefono y llamé a Ángela.
—¿Aló? ¿Esteban? ¿Eres tú denuevo?—me preguntó sin haber mencionado una palabra.
— Hola, buenas tardes. Eh, no, soy Juan Carlos. ¿Se encuentra Ángela?
— Ah, hola. Ella no se encuentra, fue al doctor.
—Muchas gracias, la llamo más rato.
—Esta bien. Adiós.
Eran las ocho de la noche y aún no devolvía el llamado, así que decidí llamar a Esteban para que me acompañara a la casa de Ángela.
Cuando ya casi eran las diez de la noche tocaron la puerta. Era Esteban.
—Buena, compadre, ¿has sabido algo de Angela?
— Eh… no. La llamé, pero no estaba—dijo con una voz cortada.
— Entonces vamos a ver qué onda, pero primero acompañame al centro a comprar unos cigarros.
Nos subimos al Mercedez de mi vieja y nos dirigimos hacia el centro. Una vez que llegamos, nos encontramos con la sorpresa de que estaba repleto de vehículos debido a que justo esa noche estaban jugando el clásico, así que dejamos el Mercedez en unas calles medias raras y fuimos a pie.
Cuando regresamos, dos tipos se nos acercaron y nos pidieron fuego. Les pasé el encendedor, pero no se conformaron con eso.
— ¡Pásame esa chaqueta de cuero!—dijo con una voz desquiciada.
Esteban me miró y me dijo que le pasara la wea.
—Ahí tienes la wea de chaqueta. Ahora vete.
Uno de ellos, el más alto sacó rápidamente una navaja de su bolsillo.
—¡Corre, weón!—gritó Esteban con desesperación.
Comenzamos a correr por Cienfuegos como locos. La gente nos observaba con atención. Nadie hacía nada por nosotros como si ver a cuatro weones corriendo por pleno centro fuera lo más normal del mundo.
Esteban se estaba quedando atrás.
—¡Corre, Esteban!, vienen por nosotros—. No podía creerlo, estabamos a punto de ser atrapados. Mi corazón latía más rápido de lo que podía correr. Mi compañero estaba exhausto. No podía correr más rápido porque padecía de asma.
Nos alcanzaron. Eran veloces.
—¡Pásame todo lo que tienes... billetera, zapatillas y ... esa correa que traes puesta!—dijo el muy imbécil mientras el otro golpeaba con un palo a Esteban.
—No quiero que griten, ¿escucharon los wuachos culiaos?
No me importaba lo que decía, así que lo escupí con todas mis fuerza. Cuando sintió que el escupo se deslizaba por su mejilla, me pateó el rostro sin compasión.
Sacó una cuchilla y la enterró en mi pecho.
—¡Juan Carlos!—gritaba Esteban mientras los dos imbéciles corrían con el botín.
—¡Respira weón!
El ruido de la calle se desvanecía poco a poco
— La Ángela está esperando un hijo tuyo.
El sonido se detuvo al igual que el tiempo.
Sentí que mi vida se desvannecía en una noche, una vez más.